La marcha del secretario técnico despeja dudas y aumenta la apuesta del todo o nada por el ascenso.

No pensábamos escribir sobre el adiós de Felipe Miñambres, ese que dice que el dinero no es problema, pero se va por no aceptar una rebaja pecuniaria en su sueldo. Sustancial, eso sí.
Pero entonces me topé con un amigo granota, un personaje tan supersticioso que tiene que entrar en el Ciutat siempre por el mismo torno, vestir la misma camiseta y cambiar de asiento en el descanso si no ha ido bien la primera parte "para romper la dinámica negativa".
“Ahora sí subimos seguro” me abrazó pletórico cuando nos vimos la tarde del martes. Siempre ha mantenido la teoría de que el ya exdirector deportivo era gafe. Según él, Miñambres, con ese aspecto un tanto tosco, melancólico y desganado, de esos que destacan por no destacar, transmite mala suerte y le da mal fario. “Me comunica malas vibras”. Sostiene que Felipe es de esos tipos que consiguen llegar a la recta final pero, por una razón u otra, nunca terminan de atravesar la meta. “Casi-miñambres”, le llama.
Más allá de las sensaciones subjetivas de mi amigo, lector habitual del horóscopo del ABC (“el más serio y fiable de toda la prensa”, dice refiriéndose al oráculo diario), lo cierto es que Felipe ha tenido, en un contexto de precariedad económica, luces y sombras en sus tres años de gestión. Se va sin haber conseguido el objetivo para el que se le fichó: tener al equipo en Primera División. Entre sus grandes errores, su apuesta por Mehdi Nafti como director del proyecto que debía ascender casi de forma obligatoria. En el capítulo de fichajes acumula fracasos mayúsculos como Wesley, Musonda, Rober Ibáñez, Clemente, Fabricio, Bouldini… alternados con otros exitosos como Alex Muñoz, Oriol Rey, Dela, Andrés Fernández, Iván Romero o el extraordinario Carlos Álvarez.
Su gestión ha tenido luces y sombras pero lo cierto es que se va sin haber conseguido el objetivo para el que se le fichó: tener al equipo en Primera División.
Se le achaca ser un director técnico chapado a la antigua, un tanto básico. En cualquier caso, ya es pasado en el Levante. Se marcha a falta de catorce partidos para acabar LaLiga Hypermotion, curiosamente los mismos que faltaban cuando cogió el equipo la pasada temporada para sustituir a Calleja, y cuando el Levante, sexto a tres puntos del líder, se ha consolidado como uno de los principales candidatos a luchar por el ascenso.
Lo que no deja de sorprendernos, al margen del astorgano, son los daños colaterales de la nefasta gestión anterior. La herencia dejada está provocando el desmoronamiento gradual de la fachada de un edificio que, a medida que se derrumba, vamos descubriendo poco a poco su ruina pese a los intentos desesperados de Danvila y Pablo Sánchez por apuntalarlo. La brutal reducción de costes en todas las secciones del club ha provocado la caída del filial, a las puertas del descenso a Preferente y con el entrenador cesado; el hundimiento del Femenino; la desintegración del fútbol sala; la marcha del secretario técnico, también del segundo entrenador… suma y sigue.
Menos mal que ahora, sin el lastre del gafe como sostiene mi amigo, tenemos la certeza de que vamos a ascender a Primera. O no.
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